miércoles, 25 de junio de 2014

¡Adiós Ana María!

Hace mucho que no escribo por aquí y hoy tampoco vengo a escribir, sólo a compartir. Compartir un pequeño fragmento de lo que hacía feliz a una mujer que siempre conservó ese alma de niña que no sabía vivir sin escribir. Ana María Matute nos ha abandonado hoy dejándonos a todos un poquito huérfanos.

Mucha gente habrá leído sus novelas, pero tengo que reconocer que yo me quedé en sus cuentos cortos, que no por ser cortos son poca cosa, porque Ana María todo lo escribía con una maestría envidiable. Así que para mí la mejor manera de despedir a esta gran dama de las letras españolas es compartir con vosotros uno de sus cuentos.

EL MAR
(Los niños tontos. 1956)

Pobre niño. Tenía las orejas muy grandes, y, cuando se ponía de espaldas a la ventana, se volvían encarnadas. Pobre niño, estaba doblado, amarillo. Vino el hombre que curaba, detrás de sus gafas. “El mar -dijo-; el mar, el mar”. Todo el mundo empezó a hacer maletas y a hablar del mar. Tenían una prisa muy grande. El niño se figuró que el mar era como estar dentro de una caracola grandísima, llena de rumores, cánticos, voces que gritaban muy lejos, con un largo eco. Creía que el mar era alto y verde.
Pero cuando llegó al mar se quedó parado. Su piel, ¡qué extraña era allí! “Madre -dijo, porque sentía vergüenza-, quiero ver hasta dónde me llega el mar”.
Él, que creyó el mar alto y verde, lo veía blanco, como el borde de la cerveza, cosquilleándole, frío, la punta de los pies.
“¡Voy a ver hasta dónde me llega el mar!”. Y anduvo, anduvo, anduvo. El mar, ¡qué cosa rara!, crecía, se volvía azul, violeta. Le llegó a las rodillas. Luego, a la cintura, al pecho, a los labios, a los ojos. Entonces, le entró en las orejas el eco largo, las voces que llaman lejos. Y en los ojos, todo el color. ¡Ah, sí, por fin, el mar era de verdad! Era una grande, inmensa caracola. El mar, verdaderamente, era alto y verde.
Pero los de la orilla no entendían nada de nada. Encima, se ponían a llorar a gritos, y decían: “¡Qué desgracia! ¡Señor, qué gran desgracia!”.



¡Adiós Ana María! 


Aunque siempre la encontraremos en sus líneas. ¡Qué bonito sería que todos aquellos que nunca os habéis acercado a su obra lo hicieseis ahora!

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