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Durante las últimas semanas he ido siguiendo con atención la evolución de la revuelta de Egipto, sus idas y venidas, sus avances y sus retrocesos, la unión absoluta de un pueblo para acabar con una dictadura que había truncado muchas vidas durante sus 30 años de existencia y que ha hecho que un país entero se uniese para un fin común, un fin que por fin tras varias semanas han conseguido y por fin Egipto está libre de Mubarak.
Las revueltas que se han convertido en una absoluta revolución nos ha dejado estampas desoladoras, el video del ejército egipcio asesinando a un manifestante que estaba solo, y estampas maravillosas, esa plaza a rebosar de personas, de todos los credos unidos y luchando de forma pacífica por su libertad, la cadena humana de personas que se formó alrededor del museo de El Cairo para proteger sus riquezas, porque el país no era de Mubarak, Egipto es de los egipcios, de ese pueblo que se unió en la batalla pacífica, en los valientes que saltandose el toque de queda seguían manifestandose en las calles para conseguir la ansiada libertad.
Todas estas estampas llenas de orgullo, del orgullo de un pueblo que se supo capaz de conseguir lo que se había propuesto, el orgullo de ser egipcio y querer un Egipto libre, a mi me ha despertado un sentimiento de nostalgia y un sentimiento de esperanza, la esparanza de que los cambio son posibles, de que si la población se une por un fin justo todo es posible.
El pueblo egipcio se ha convertido en un ejemplo de lo que es la lucha por los derechos, un ejemplo de ciudadanía y solidaridad. Y nosotros jóvenes y no tan jóvenes hemos asistido a un momento realemente histórico, el derrocamiento de un dictadura, que era bastante aceptada por las grandes otencias mundiales, por el pueblo sometido.
Por fin hoy podemos decir que EGIPTO ES LIBRE
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